28/8/06

Cómo vivir siendo demasiado diferente

Una frase que se ha atribuido a León Trotzky, reza lo siguiente: “Todos los seres humanos son iguales, pero hay algunos que son más iguales que los demás.” Algo parecido puede decirse de otra manera.
“Todos los seres humanos son diferentes, pero hay algunos que son más diferentes que los demás”.

Esta segunda frase es más lógica y más comprensible, pero sin duda la primera es más graciosa. Porque, de alguna manera, contiene una burla. La pretensión de una igualdad propuesta en exceso, nos lleva a ignorar matices peculiares, trascendentales de la naturaleza humana.

Los conceptos de igualdad y de diferencia, aplicados a los seres humanos, y llevados a nivel abstracto, nos conducen a dos conceptos filosóficos también contrastantes, los de determinismo y libertad. En cierta forma todo lo que está determinado es igual, homogéneo y estable. En cambio, todo lo que es diferente, es libre, inquieto y variable. Y aunque la solución parezca conformista, una afirmación que se puede proponer y que todos aceptaríamos, es que somos iguales y que también todos somos diferentes.

Pero el problema que se plantea para el vivir y para el convivir es el siguiente: ¿ Donde empieza la igualdad y donde termina la diferencia? Hay quienes dicen que la igualdad, paralela al determinismo, el orden, la regularidad, al conocimiento científico, requiere como condición, para ser totalmente establecida, esperar mayores adelantos.

Llegará un día, cuando se puedan controlar todos los conceptos que determinan al ser humano, en que las diferencias no serán más que factores, aún poco conocidos, que formarán parte de una explicación total, racional, de los hechos.

En cambio, los partidarios de la diferencia, o de la libertad, señalan que todo lo que en la naturaleza del hombre, en la cultura y en la estructura de la sociedad, se va haciendo igual, queda como muerto y que solamente tiene interés del punto de vista de los valores humanos, aquella visión inquieta que es la creatividad, incluida la diferencia.

Podemos seguir expresándonos mucho tiempo a través de este contrapunto, y encontrar ejemplos en todos los órdenes humanos. Lo cierto es que el diálogo entre lo igual y lo diferente no lleva miras de terminarse.

Desde un punto de vista del diario vivir y convivir, las igualdades y las diferencias entre los seres humanos, tienen una gran importancia.

Cualquier autor, consciente a veces e inconscientemente la mayoría de ellas, se aproxima a una de estas dos formas de pensamiento.

Lo que en psiquiatría pretende ser o basarse en una ciencia, lleva una inevitable tendencia a inclinarse por el determinismo.

Freud quizá aspiraba a que a través del conocimiento del psicoanálisis, los tres estados del yo, el oral, el anal y el genital, la resolución de los diversos complejos, el edípico, la envidia del pene y el de castración, y su programa de aplicar las resistencias y las transferencias, todos los seres humanos iban a poder equilibrarse, regularse, adecuarse, para formar una humanidad más estable, más alegre, más feliz y que viviera de acuerdo a normas aceptables.

Por otra parte, lo que puede considerarse la doctrina opuesta en las escuelas psicológicas, el neo-conductismo de Skinner, Wolpe y Lazarus, aspiran a que todos los seres humanos, mediante un adecuado condicionamiento, puedan aspirar a vivir vidas homogéneas, controladas y plenas.

Si la psiquiatría se hubiera limitado a basarse en la mera ciencia, terminaríamos amarrando a toda la sociedad a través de una serie de leyes, conceptos y normas, que terminarán transformándonos en una serie de idiotas felices, de la serie de los gama, delta y épsilon de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley.

Pero como aún no hemos podido hacer de la psiquiatría exclusivamente una ciencia, y como con la ciencia sola no hemos resuelto los problemas de nuestra existencia, se han introducido en ella, subrepticiamente a juicio de algunos, los problemas que aporta el pensamiento filosófico, artístico y religioso.

A partir de lo cual la psiquiatría vuelve a ser una disciplina que acepta a los irregulares, los inestables, los demasiados diferentes, los excéntricos.

Y henos aquí, a los que trabajamos con la conducta humana, metidos también, a pesar nuestro, en una discusión inagotable y que no nos da soluciones definitivas.

No, no se llega a una solución única. No se terminará nunca. Su estudio, el de las diferencias y las igualdades, forma parte nuestro permanente e inacabable diálogo con todos y cada uno de los pacientes.

Pero si bien no podemos llegar a una forma universal que dé serenidad, tranquilidad y felicidad a todos los seres humanos, por lo menos sentimos que, en el caso de cada uno, estamos discutiendo algo que es intrínsecamente suyo, personal, no modificable, no intercambiable con lo de ningún otro ser humano.

Con el paciente psiquiátrico, problematizado, con quien quiere profundizar en su autoconocimiento, con el que busca su “conócete a ti mismo” tenemos que dialogar permanentemente sin que nos sea dado llegar a una solución definitiva.

Admitamos, una vez más, que todos los seres humanos son iguales y que todos son diferentes. Ello no nos determina demasiados problemas con aquellas personas que no tienen demasiado dificultades en su vivir y en su convivir. Estas personas discuten su problemática a nivel filosófico y en ese campo no lo hacen con demasiada profundidad. La dificultad se plantea con aquellos individuos que sólo se sienten como demasiado diferentes a los demás.

Ellos sí sufren, tienen dificultades, y deben resolver activa y eficientemente el problema de su diario vivir.

Hace varios años, en un ensayo titulado “El concepto de estilo de vida en psicoterapia”, planteábamos el siguiente problema.

“Hemos pensado muchas veces que el concepto de personalidad normal o neurótica no nos era adecuado ni útil para ayudarnos a comprender a nuestros pacientes. Y tendremos que utilizar una palabra hoy desplazada, neuróticos, para expresar nuestro pensamiento.

“Hemos visto a la personalidad como un conjunto heterogéneo de procedimientos de adaptación al medio, algunos de ellos aceptables, otros desventajosos y otros totalmente inadecuados.

“La palabra neurótico nos servía para describir algunas personalidades y la palabra normal para otras.

En un menor número de pacientes, estos términos resultaban útiles para expresar la totalidad de la personalidad.

Un progreso en nuestro pensamiento fué el de describir las personalidades a partir de sus mecanismos y establecer que muchas de ellas, predominantemente normales, contenían mecanismos que podían considerarse neuróticos y, a la inversa, que otros individuos que no vacilaríamos en calificar como neuróticos presentaban algunas modalidades o formas de adaptación excepcionales, verdadero enriquecimiento de su personalidad, y que hubiera sido una verdadera mutilación instarlos a abandonarlas.

No resultando, por tanto, satisfactoria la división entre neuróticos y normales, y siendo también ineficaz el perfeccionamiento del concepto como predominantemente normales con rasgos neuróticos, o personalidades neuróticas con rasgos salientes que pudieran considerarse como positivos, buscamos otras fórmulas que pudieran ayudarnos a comprender a todos o a la mayoría de nuestros pacientes, dentro de los cuales pudieran ubicarse en una secuencia cuantitativa y cualitativa.

Estas reflexiones respecto a la libertad o la posibilidad de variantes que se dieran en el seno del hecho psíquico, junto con la dificultad de clasificar a los seres humanos en normales y neuróticos, normales con mecanismos neuróticos y neuróticos con mecanismos excepcionales nos llegaron a buscar una formula que se basara en el concepto de estilo de personalidad.

En nuestra práctica, cuando nos asistimos a un paciente, dejamos ya de preguntarnos si es neurótico o normal. Ambos conceptos nos parecen posibles, pero limitados a un pequeño número de casos.

No preguntamos, en cambio, cual es su peculiar modo de adaptación al mundo exterior, a sus relaciones con sus semejantes y consigo mismo.

Gracias a este cambio de objetivo, a partir de nuestra práctica, sentimos que habíamos avanzado un paso en la comprensión de nuestros pacientes.

Nos habíamos sacudido de encima los prejuicios duales de normal y patológico, adecuado e inadecuado, sano y neurótico *y estábamos buscando sus fórmulas propias e individuales.

Este avance, sin embargo, no resolvía todo el problema La pregunta, adaptable al título de este trabajo, vuelve a ser, reiteradamente.

¿ Cómo hace una persona demasiado diferente a las demás para vivir y convivir ? Es posible que la primer etapa de este trabajo la tenga que realizar el psiquiatra en sí mismo. Debe realizar la difícil tarea fenomenológica de despojarse de toda ideología o prejuicio, o ponerla entre paréntesis, que le impida identificar el auténtico lenguaje de su paciente.

Permítasenos señalar este hecho aparentemente novedoso. La primera tarea que es necesario realizar para ayudar a una persona demasiado diferente a vivir y convivir es comprender su naturaleza y para ello quien lo atienda debe liberarse de su propia personalidad.

Es preciso adoptar una actitud natural, ingenua, prístina, naciente, para intentar esa compresión.

El psiquiatra debe ser como el espejo de su paciente y dicho espejo debe ser tan pulido y azogado que lo refleje en su totalidad.

Así, el proceso terapéutico comprenderá varios interlocutores: el paciente, su imagen reflejada por el psiquiatra, lo que del psiquiatra permanezca como ente razonante, reflexivo, filosófico, lo que su propia experiencia pueda aportar al diálogo y finalmente, todos los conocimientos, prejuicios, ideologías, modelos y estilos que se encuentren presentes en la sociedad.

Ya nos hemos referido bastante a lo que significa ser diferente. Veamos ahora su extremo, el ser “demasiado diferente,” contenido en el título de este trabajo.

Demasiado es un exceso. Se enfrenta al dicho griego de “el justo medio de todas las cosas”. Lo demasiado es inconveniente, indeseable. El extremo negativo de cualquier hecho. Lo que es demasiado viola algún tipo de norma o de equilibrio.

El demasiado diferente ya sobrepasa los limites aceptables. Pertenece a una minoría. Se puede definir por lo menos como anormal, y en el lenguaje médico como patológico. Requerirá por tanto un conjunto nuevo, especialísimo, de conceptos para poder ser aplicado.

De cualquier manera, para dejar de confundirnos y lograr una solución a tanta pregunta, para pasar de lo meramente teórico a lo práctico, pragmático y operativo, terminaremos con un dicho de aquel brillante escritor irlandés que fué George Bernard Shaw- “Las personas normales se adaptan al mundo Los anormales pretenden que el mundo se adapte a ellos.

Por tanto, el progreso de la humanidad se realizará a expensas de los anormales.”

• La palabra neurótico se originó a mediados del siglo XIX por un médico inglés que definía con ella a toda aquella enfermedad en la cual no se encontraba un origen orgánico. La popularizó ese gran creador del lenguaje psiquiátrico, Sigmund Freud, a través de la palabra psiconeurosis designando , en una de sus definiciones, aquella persona que tiene problemas de personalidad, a través de los cuales sufre o hace sufrir a los demás.

• Hoy se encuentra casi sin utilizar en el lenguaje psiquiátrico, sustituida por los “trastornos de la personalidad.

Saludos Cordiales

Dr. José Manuel Ferrer Guerra

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